La maternidad como acto político

Mi día empezó con un buen sabor de boca. Se cruzó en mi camino un texto sobre la "maternidad como acto político" y me cautivó. Me gustó por cómo aborda la maternidad y la crianza, así como los nuevos modelos de parto, que parten de una postura que reconoce a la mujer y a su bebé como protagonistas. Creo que el texto inspira a las que somos madres, criar no deja de ser una experiencia íntima, cotidiana, pero también tiene una expresión en otras esferas y espacios, es tan "sencillo" como decidir si criamos hijos/as para que contribuyan a preservar el mundo en el estado actual o no. También me parece que esta postura puede provocar a las mujeres que, al observar el modelo dominante en términos de crianza, se cuestionan si la maternidad es el mejor camino para ellas. 

Además, me gustó el texto porque de manera indirecta me llevó a reflexionar sobre los nuevos modelos de menstruar y de asumir el ciclo, que también tienen una dimensión reflexiva, de conexión con el cuerpo, de autoconocimiento y apropiación plena...eso es profundamente político y ¡liberador!

Espero que les guste. Si quieren leer el texto original lo encuentran aquí 

Abrazos!

Morgana




La maternidad como acto político
Gabriela Boichuk
En la víspera del día de las madres me propongo reflexionar sobre la experiencia de la maternidad. Busco distinguir la maternidad como experiencia -o la experiencia maternal- de la maternidad como institución y propongo explorar el potencial subversivo de los nuevos modelos de crianza. Debo decir que estas son algunas reflexiones preliminares de cara a una mayor problematización y estudio de los temas.
Rescatar la maternidad como acto político implica tomar control de nuestro cuerpo y resignificarla. Deconstruir el discurso de la maternidad permite que se le devuelva a las mujeres el dominio de un terreno que ha sido controlado por el patriarcado a través de las políticas del cuerpo femenino promulgadas y promovidas por el Estado. De igual manera, vivir la maternidad como experiencia y no como institución conlleva reconocer la diversidad de opciones a la hora de experimentarla y evitar la imposición de una única manera de ser madre característica del patriarcado. No existe un único modelo de madre como tampoco hay un modelo de mujer. Ambos conceptos son plurales y diversos.
Los nuevos modelos de crianza y parto encierran en sí mismos un enorme potencial subversivo. A diferencia de Badinter, quien los ve como nuevas maneras de esclavizar a las mujeres, las maneras en que las mujeres hemos empezado a parir y a criar suponen nuevas visiones sobre la maternidad. Estos arquetipos –lejos de aproximarse a los modelos tradicionales– encarnan la búsqueda de otros tipos de arreglos políticos basados en el apego, la solidaridad, la comunidad, la democracia, entre otros.
No en vano han sido atacados tanto desde el Poder como de desde los espacios de resistencia. Estos últimos temen, principalmente, que los nuevos modelos impliquen un retroceso en el camino transcurrido por las mujeres en la lucha por la equidad.  Por otro lado, el Poder, si bien impulsa campañas que promueven la leche materna y el amamantamiento durante el primer año de vida, no da paso a las nuevas formas de aproximarse a la crianza y al parto humanizado. Al contrario, promueve la medicalización del alumbramiento a través del discurso médico-científico. Igualmente, las compañías de seguros tienen mucho que ver en el asunto dado que no sólo no reconocen a las parteras como proveedoras de servicios sino que los obstetras desincentivan los programas de partos humanizados mediante la restricción de la información proporcionada y el amedrentamiento de las madres. En numerosas ocasiones hemos escuchado a alguna mujer relatar algún incidente con el o la obstetra desencadenado por la solicitud de información o la presentación de un plan de parto.
Y cuando de información se trata no sólo se ha restringido aquella relativa a la gestación y el parto sino que, además, el amamantamiento ha sido un tema tabú durante el pasado siglo. Sin embargo, en los albores del siglo XXI muchas mujeres hemos decidido rescatar el poder de amamantar que nos habían arrebatado las grandes corporaciones. Que quede claro, la decisión de amamantar -o no- es una personalísima que entraña consideraciones de muchas índoles. Sin embargo, hoy día esa decisión es una mucho más informada que hace treinta años atrás cuando las compañías farmacéuticas en consorcio con los médicos promovían su producto como uno de mayor calidad que la leche materna. La promoción de la fórmula no estaba basado en las necesidades de las madres sino que estaba enfocado en la producción de capital para los conglomerados corporativos que la producían. En mi caso, por ejemplo, cuando decidí amantar, no sólo sabía los beneficios que tenía para mi hijo sino que, además, conocía lo provechoso que resultaría para mí y para mi cuerpo. No obstante, la institución médica fue un gran escollo, empezando por el momento en que hice la admisión y me presionaron para que firmara la autorización para darle a Dante sucedáneos de la leche materna: agua con glucosa y fórmula. Lamentablemente, sólo pude lactar a mi hijo a tiempo completo los primeros seis meses de vida, no porque lo haya escogido sino porque cuando regresé a trabajar, luego de tres meses fuera, la empresa para la cual laboraba no tenía instalaciones adecuadas para extraerme la leche o lactar a mi bebé como tampoco me proveían el apoyo necesario para hacerlo.
Por otra parte, la crianza no es una responsabilidad doméstica. Al contrario, la crianza de un hijo o una hija es el acto más político que puede emprenderse. Rechazo contundentemente que se ate la crianza a lo doméstico o al ámbito de lo privado, la crianza es política porque es a través de ella que podemos sentar las bases para arreglos políticos y sociales por venir. En ese sentido, la crianza de apego no fomenta una doble jornada, el problema no es el tipo de crianza que hemos escogido para nuestros hijos sino los arreglos políticos que rodean a la crianza en la actualidad. Soy del criterio de que no se debe desincentivar la lactancia para que las mujeres nos insertemos en el ámbito laboral sino, más bien, se debe promulgar legislación que brinde a las madres los apoyos necesarios para que la crianza y el crecimiento profesional no sean vistos como irreconciliables.
También creo que no debemos caer en la trampa de la sociedad patriarcal que supone que la crianza de los hijos e hijas debe relegarse al ámbito de lo doméstico y, en consecuencia, a las mujeres. La maternidad, como institución, le ha servido bien al estado moderno porque ha actuado como un dispositivo de control y disciplina del cuerpo femenino. Sirvió, además, para relegar a las mujeres al ámbito de lo privado y desanimar su participación en la cosa pública. Los modelos de crianza tradicionales, autoritarios y disciplinarios, no son otra cosa que reproductores del orden simbólico patriarcal. No es casual que ante estos nuevas formas de relacionarnos y criar a nuestros hijos e hijas se levanten todas las banderas, especialmente las del Poder. Trasladar la experiencia maternal al ámbito de lo público le devuelve todo el potencial político del cual la quisieron despojar. Las nuevas formas de afrontar la maternidad como experiencia no es una vuelta a lo tradicional. La maternidad como institución parte de supuestos completamente opuestos a los entendidos que fundamentan las nuevas maneras democráticas, apoderadas e informadas.
Es por todo ello que entiendo que, como feministas, debemos rescatar el acto político de parir. Lo anterior no significa que la maternidad se convierta en una imposición para todas las mujeres. Más bien se trata de asegurarle a aquellas mujeres que opten por la maternidad el acceso a la información que le permita decidir apoderadamente y tomar control de su cuerpo, de su gestación y su parto. Además, entiendo esencial, como feminista, abogar por un parto humanizado que permitan a la madre y al hijo vivir esta experiencia de manera pacífica y respetuosa.
En este sentido, este breve escrito no pretende esgrimir señalamientos morales sobre cómo deberían parir las mujeres. Al contrario, busca presentar a la maternidad como una experiencia y no como una institución. En tanto experiencia las mujeres debemos ser conscientes que podemos vivirla de múltiples maneras y que, en última instancia, nuestro rol como feministas es luchar para que cada mujer que decida vivir la experiencia de la maternidad pueda vivirla libre y apoderadamente. Estoy convencida de que la experiencia maternal puede ser feminista y apoderada si el proceso de la gestación, el parto, el postparto y la lactancia caen bajo el control y decisión de las mujeres. Hasta ahora la maternidad patriarcal ha dominado el escenario y se nos ha condenado -y obligado- a parir violentamente y a criar patriarcalmente. Sin embargo, nuevos modelos de nacimiento y crianza afloran desde el apoderamiento, la agencia, la libertad, la solidaridad y el control de las mujeres sobre sus cuerpos. Una maternidad apoderada y feminista es posible.
Finalmente, y a modo de epílogo, diré que desprenderse de las concepciones que el patriarcado nos ha metido hasta el tuétano de los huesos en cuanto a las instituciones de la maternidad y de la crianza no es tarea sencilla. Día a día personalmente batallo por deshacerme de los modelos autoritarios dentro de los cuales me criaron, del “porque lo digo yo” y de la imposición de mis tiempos a mi hijo, entre muchas otras conductas aprendidas. Para ello he escogido como herramienta fundamental el apego, no porque me hayan impuesto criarlo así, sino porque yo escogí las coordenadas ideológicas y políticas desde las cuales lo acompañaré a lo largo de su vida. No fue fácil llegar hasta aquí y diariamente aprendo cosas nuevas y me arrepiento de alguna que hice o que no hice pero, sin duda, puedo decir que desde esas coordenadas busco contribuir al crecimiento de un niño sin prejuicios, solidario, bondadoso, empático y respetuoso de la diferencia y la diversidad, sea cual sea el lado en que el que se quiera posicionar. Ese es mi proyecto como feminista. ¡Gracias Dante!

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