Mi día empezó con un buen sabor de boca. Se cruzó en mi camino un texto sobre la "maternidad como acto político" y me cautivó.
En
la víspera del día de las madres me propongo reflexionar sobre la
experiencia de la maternidad. Busco distinguir la maternidad como
experiencia -o la experiencia maternal- de la maternidad como
institución y propongo explorar el potencial subversivo de los nuevos
modelos de crianza. Debo decir que estas son algunas reflexiones
preliminares de cara a una mayor problematización y estudio de los
temas.
Rescatar la maternidad como acto político implica tomar control de
nuestro cuerpo y resignificarla. Deconstruir el discurso de la
maternidad permite que se le devuelva a las mujeres el dominio de un
terreno que ha sido controlado por el patriarcado a través de las
políticas del cuerpo femenino promulgadas y promovidas por el Estado. De
igual manera, vivir la maternidad como experiencia y no como
institución conlleva reconocer la diversidad de opciones a la hora de
experimentarla y evitar la imposición de una única manera de ser madre
característica del patriarcado. No existe un único modelo de madre como
tampoco hay un modelo de mujer. Ambos conceptos son plurales y diversos.
Los nuevos modelos de crianza y parto encierran en sí mismos un enorme potencial subversivo. A diferencia de Badinter, quien los ve como nuevas maneras de esclavizar a las mujeres, las
maneras en que las mujeres hemos empezado a parir y a criar suponen
nuevas visiones sobre la maternidad. Estos arquetipos –lejos de
aproximarse a los modelos tradicionales– encarnan la búsqueda de otros
tipos de arreglos políticos basados en el apego, la solidaridad, la
comunidad, la democracia, entre otros.
No en vano han sido atacados tanto desde el Poder como de desde los
espacios de resistencia. Estos últimos temen, principalmente, que los
nuevos modelos impliquen un retroceso en el camino transcurrido por las
mujeres en la lucha por la equidad. Por otro lado, el Poder, si bien
impulsa campañas que promueven la leche materna y el amamantamiento
durante el primer año de vida, no da paso a las nuevas formas de
aproximarse a la crianza y al parto humanizado. Al contrario, promueve
la medicalización del alumbramiento a través del discurso
médico-científico. Igualmente, las compañías de seguros tienen mucho que
ver en el asunto dado que no sólo no reconocen a las parteras como
proveedoras de servicios sino que los obstetras desincentivan los
programas de partos humanizados mediante la restricción de la
información proporcionada y el amedrentamiento de las madres. En
numerosas ocasiones hemos escuchado a alguna mujer relatar algún
incidente con el o la obstetra desencadenado por la solicitud de
información o la presentación de un plan de parto.
Y cuando de información se trata no sólo se ha restringido aquella
relativa a la gestación y el parto sino que, además, el amamantamiento
ha sido un tema tabú durante el pasado siglo. Sin embargo, en los
albores del siglo XXI muchas mujeres hemos decidido rescatar el poder de
amamantar que nos habían arrebatado las grandes corporaciones. Que
quede claro, la decisión de amamantar -o no- es una personalísima que
entraña consideraciones de muchas índoles. Sin embargo, hoy día esa
decisión es una mucho más informada que hace treinta años atrás cuando
las compañías farmacéuticas en consorcio con los médicos promovían su
producto como uno de mayor calidad que la leche materna. La promoción de
la fórmula no estaba basado en las necesidades de las madres sino que
estaba enfocado en la producción de capital para los conglomerados
corporativos que la producían. En mi caso, por ejemplo, cuando decidí
amantar, no sólo sabía los beneficios que tenía para mi hijo sino que,
además, conocía lo provechoso que resultaría para mí y para mi cuerpo.
No obstante, la institución médica fue un gran escollo, empezando por el
momento en que hice la admisión y me presionaron para que firmara la
autorización para darle a Dante sucedáneos de la leche materna: agua con
glucosa y fórmula. Lamentablemente, sólo pude lactar a mi hijo a tiempo
completo los primeros seis meses de vida, no porque lo haya escogido
sino porque cuando regresé a trabajar, luego de tres meses fuera, la
empresa para la cual laboraba no tenía instalaciones adecuadas para
extraerme la leche o lactar a mi bebé como tampoco me proveían el apoyo
necesario para hacerlo.
Por otra parte, la crianza no es una responsabilidad doméstica. Al
contrario, la crianza de un hijo o una hija es el acto más político que
puede emprenderse. Rechazo contundentemente que se ate la crianza a lo
doméstico o al ámbito de lo privado, la crianza es política porque es a
través de ella que podemos sentar las bases para arreglos políticos y
sociales por venir. En ese sentido, la crianza de apego no fomenta una
doble jornada, el problema no es el tipo de crianza que hemos escogido
para nuestros hijos sino los arreglos políticos que rodean a la crianza
en la actualidad. Soy del criterio de que no se debe desincentivar la
lactancia para que las mujeres nos insertemos en el ámbito laboral sino,
más bien, se debe promulgar legislación que brinde a las madres los
apoyos necesarios para que la crianza y el crecimiento profesional no
sean vistos como irreconciliables.
También creo que no debemos caer en la trampa de la sociedad
patriarcal que supone que la crianza de los hijos e hijas debe relegarse
al ámbito de lo doméstico y, en consecuencia, a las mujeres. La
maternidad, como institución, le ha servido bien al estado moderno
porque ha actuado como un dispositivo de control y disciplina del cuerpo
femenino. Sirvió, además, para relegar a las mujeres al ámbito de lo
privado y desanimar su participación en la cosa pública. Los modelos de
crianza tradicionales, autoritarios y disciplinarios, no son otra cosa
que reproductores del orden simbólico patriarcal. No es casual que ante
estos nuevas formas de relacionarnos y criar a nuestros hijos e hijas se
levanten todas las banderas, especialmente las del Poder. Trasladar la
experiencia maternal al ámbito de lo público le devuelve todo el
potencial político del cual la quisieron despojar. Las nuevas formas de
afrontar la maternidad como experiencia no es una vuelta a lo
tradicional. La maternidad como institución parte de supuestos
completamente opuestos a los entendidos que fundamentan las nuevas
maneras democráticas, apoderadas e informadas.
Es por todo ello que entiendo que, como feministas, debemos rescatar
el acto político de parir. Lo anterior no significa que la maternidad se
convierta en una imposición para todas las mujeres. Más bien se trata
de asegurarle a aquellas mujeres que opten por la maternidad el acceso a
la información que le permita decidir apoderadamente y tomar control de
su cuerpo, de su gestación y su parto. Además, entiendo esencial, como
feminista, abogar por un parto humanizado que permitan a la madre y al
hijo vivir esta experiencia de manera pacífica y respetuosa.
En este sentido, este breve escrito no pretende esgrimir
señalamientos morales sobre cómo deberían parir las mujeres. Al
contrario, busca presentar a la maternidad como una experiencia y no
como una institución. En tanto experiencia las mujeres debemos ser
conscientes que podemos vivirla de múltiples maneras y que, en última
instancia, nuestro rol como feministas es luchar para que cada mujer que
decida vivir la experiencia de la maternidad pueda vivirla libre y
apoderadamente. Estoy convencida de que la experiencia maternal puede
ser feminista y apoderada si el proceso de la gestación, el parto, el
postparto y la lactancia caen bajo el control y decisión de las mujeres.
Hasta ahora la maternidad patriarcal ha dominado el escenario y se nos
ha condenado -y obligado- a parir violentamente y a criar
patriarcalmente. Sin embargo, nuevos modelos de nacimiento y crianza
afloran desde el apoderamiento, la agencia, la libertad, la solidaridad y
el control de las mujeres sobre sus cuerpos. Una maternidad apoderada y
feminista es posible.
Finalmente, y a modo de epílogo, diré que desprenderse de las
concepciones que el patriarcado nos ha metido hasta el tuétano de los
huesos en cuanto a las instituciones de la maternidad y de la crianza no
es tarea sencilla. Día a día personalmente batallo por deshacerme de
los modelos autoritarios dentro de los cuales me criaron, del “porque lo
digo yo” y de la imposición de mis tiempos a mi hijo, entre muchas
otras conductas aprendidas. Para ello he escogido como herramienta
fundamental el apego, no porque me hayan impuesto criarlo así, sino
porque yo escogí las coordenadas ideológicas y políticas desde las
cuales lo acompañaré a lo largo de su vida. No fue fácil llegar hasta
aquí y diariamente aprendo cosas nuevas y me arrepiento de alguna que
hice o que no hice pero, sin duda, puedo decir que desde esas
coordenadas busco contribuir al crecimiento de un niño sin prejuicios,
solidario, bondadoso, empático y respetuoso de la diferencia y la
diversidad, sea cual sea el lado en que el que se quiera posicionar. Ese
es mi proyecto como feminista. ¡Gracias Dante!
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