"Hay que registrar esas vidas infinitamente oscuras, dije, dirigiéndome a Mary Carmichael como si estuviera presente; y seguí recorriendo con la imaginación las calles de Londres, sintiendo en el pensamiento, la presión de la mudez, la acumulación de vidas ignoradas, ya de mujeres en las esquinas con todos los brazos en jarras, y los anillos incrustados en los dedos gordos, hinchados, charlando con una gesticulación como el vaivén de las palabras de Shakespeare; o de las vendedoras de violetas y de fósforos y viejas arrugadas paradas en las puertas de calle; o de muchachas a la deriva, cuyos rostros, como olas bajo el sol o las nubes, anuncian la llegada de hombres y mujeres, y las luces parpadeantes en las vidrieras. Todo es deberás expresar, le dije a Mary Carmichael, con la antorcha firme en la mano. Sobre todo deberás iluminar tu propia alma con sus profundidades y trivialidades y sus vanalidades y sus larguezas, y decir el sentido que tu belleza o tu fealdad, tienen para ti, y qué relación tienes con el mundo vertiginoso y siempre cambiante de guantes y zapatos y telas que se agitan entre los vagos perfumes que se escapan de los frascos de las farmacias bajo arcadas de trapos sobre un piso de pseudomármol"
Virgina Woolf, Un cuarto propio
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